La Semana Santa trágica de Irlanda
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    La Semana Santa trágica de Irlanda

    Blog nº 111
    1 artículo

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    El libro de Mario Vargas Llosa, “El sueño del Celta”, narra en un tono entre diario personal y crónica periodística, la vida de Roger Casement. Este personaje no es ficticio, es histórico y llegó a ser cónsul británico en el antiguo Congo belga y para la Amazonía del Perú. La novela es biográfica, porque desde la experiencia de este irlandés conocemos la cruel y devastadora explotación colonial que realizaron las sociedades mercantiles. Explotación siempre permitida de sus gobiernos en África, en el mal llamado Estado Libre del Congo, porque en realidad era una propiedad en exclusiva del rey belga Leopoldo II y en Perú, en la Peruvian Rubber Company, británica compañía cauchera que arrasaba con la región selvática de Putumayo.

     

    En varios planos en el tiempo, que hacen memoria del pasado, se narra la conversión de Roger Casement. De fiel funcionario del Imperio Británico, convencido de que el europeo había llegado a África para llevar la Civilización (con mayúsculas) y el progreso, a descreído y decepcionado nacionalista irlandés, sintiéndose tan oprimido y engañado por ese  supuesto «ente superior», el Imperio. En el tiempo presente de la novela, vemos a Casement en una cárcel de Londres, prisionero por ser uno de los supuestos instigadores del ‘Alzamiento irlandés de Semana Santa en 1916’.

     

    La verdad es que nadie se esperaba ese alzamiento el Lunes de Pascua de 1916. Los irlandeses estaban más preocupados por sus hijos y esposos que luchaban en las trincheras francesas con otros soldados británicos contra los alemanes en la Gran Guerra. También la prensa y los círculos sociales de la época preferían preocuparse más de la Irish Grand Nacional, la famosa carrera de caballos de la temporada, que de los rumores e intrigas independentistas que se daban en algunos salones o clubes de intelectuales. Parecía más una potencial revolución de intelectuales y artistas que de la propia sociedad civil irlandesa.

    Y esa percepción de una revuelta intelectual se apreció desde su origen. Fueron un pequeño grupo de esos intelectuales nacionalistas, escritores y profesores sobre todo, los que “despertaron” el alma dormida de la isla celta. Hasta ese momento, la mayoría de los irlandeses prefería más autonomía, lo de separarse del «Gran Imperio Británico» no se planteaba, y menos aún en esos años de zozobra con la amenaza germana. Pero cuando esos poetas y maestros colocaron la tricolor (naranja, blanco y verde) en el balcón de la Oficina General de Correos de Dublín, arriando la orgullosa ‘Union Jack’, todo el pueblo de Dublín se les unió en algo más que apoyo moral. A Londres le sentó fatal, como una interrupción en el sagrado té de las cinco. Tan furibunda fue la reacción del Imperio, que la leve ayuda alemana que recibió esa revuelta fue magnificada y catalogada como muestra de las intenciones de “alta traición” de todos los sublevados.

    Los fusilamientos sin juicio, la brutal represión británica, encendió el ánimo nacionalista-independentista. Eran insoportables las “levas” del ejército británico, perder a jóvenes irlandeses en los campos de batalla del continente luchando junto al Ejército que les reprimía. Las suspicacias de traición o de favorecer al enemigo alemán fueron también motivo de represalias. Eso fue lo que más condenó a Roger Casement a muerte y sin posibilidad de indulto, que le detuviesen viniendo de Alemania y que le tomaran por traidor y espía.

    Por lo visto, según recientes investigaciones, la intención verdadera de ese irlandés de mundo, Roger Casement, era evitar la revuelta de Semana Santa de 1916 y el previsible derramamiento de sangre. Levantamiento del que tenía conocimiento por moverse en círculos anti-coloniales desde sus traumáticas experiencias del Congo y del Perú. Sabía que sin un apoyo sólido de Alemania o de una mayor base social en Irlanda, la sublevación sería sofocada y reprimida de forma contundente. Pero no llegó a tiempo. Encarcelado, todavía era una figura querida y valorada entre la intelectualidad del Imperio.

     

    Hay que apuntar que era amigo de Joseph Conrad, el autor de “El corazón de las tinieblas”, al que admiraba por su decidida condena de la acción explotadora europea en las colonias. Sin embargo, una potente campaña de difamación, usando sus diarios personales donde había supuestas descripciones de relaciones homosexuales, incluso de pedofilia, sumada a la acusación de alta traición, le llevaron a ser ahorcado en la prisión de Pentonville, en Londres, el 3 de agosto de 1916.

     

     

    El uso de las informaciones falsas, con una mezcla de difamación sobre la persona acusada y de traición a la causa general del Imperio, fue empleada en la mayoría de los casos para condenar y ejecutar a los participantes que fueron detenidos tras la revuelta de Semana Santa. Estuviesen implicados o no directamente en los actos de sublevación, se montarían esta especie de «juicios farsa». Hubo que esperar al fin de la Primera Guerra Mundial para que la causa irlandesa consiguiera un escenario mejor al desarrollo de sus reivindicaciones.

     

    Gustavo Adolfo Ordoño

    -Historiador y periodista-