La primera Guerra de Afganistán
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    La primera Guerra de Afganistán

    Blog nº 155
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    Los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 tuvieron como consecuencia a medio plazo la intervención de Estados Unidos en una zona que llevaba años evitando. La guerra contra los talibanes desde 2003 sería el conflicto más conocido de Afganistán. Sin embargo, la primera y olvidada guerra ocurrida en el pasado siglo XX sigue siendo más determinante para comprender ciertos hitos de la historia contemporánea.

     

    Un preocupado Andropov, director del KGB soviético, expresaba en el otoño de 1980 una declaración de intenciones dirigida a aliados y a enemigos: “El cupo de intervenciones en el extranjero se ha agotado”. Con esas palabras el dirigente soviético intentaba tranquilizar a la otra parte del mundo dividido en bloques, aunque también a buena parte del Politburó que se había opuesto a una intervención soviética en Afganistán. Nadie podía saber que a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) le quedaba poco más de una década de vida. Pero una decisión crucial en 1979 del régimen comunista por antonomasia, iba a crear una inestabilidad geopolítica que llega hasta nuestros días en forma de barbarie yihadista internacional.

     

    La decisión de invadir Afganistán supuso una verdadera batalla entre las facciones de poder en Moscú. Brézhnev, partidario de intervenir militarmente, pareció volver al estilo más estalinista y olvidar la distensión iniciada por Jrushchov, que era la postura mayoritaria entre los delegados del parlamento soviético. Al final, las malas lenguas dicen que tomó la decisión lanzando una moneda al aire. Salió cruz y la vieja guardia del Politburó soviético se “obligó” a invadir Afganistán.

     

    En el fondo se sabía que era una mala decisión desde el inicio de los hechos que la motivaron: arropar al pintoresco régimen comunista de Kabul, cuya singularidad confundía a los mismos marxistas soviéticos más abiertos. Todo comenzó con una discreta revolución izquierdista, como las acontecidas en África sin el rigor del «purismo marxista» y con más idiosincrasia local que otra cosa. Revoluciones que a un régimen comunista con aspiraciones internacionalistas, como el cubano de los Castro, gustaba de respaldar con asesoramiento militar o directamente mandando tropas.

     

    Pero Afganistán no era África, su proximidad a las fronteras soviéticas y el Asia Central hicieron que el golpe de Estado de unos militares izquierdistas de Kabul en abril de 1978 (que derribó a la república presidida por Daud, que a su vez había derrocado al rey Zahir) se convirtiese en algo con tanto interés como incomodidad para el Kremlin. En un principio se pensó en controlar la situación mandando un equipo asesor. Los asesores soviéticos en Kabul llegados en 1978 tuvieron la misión internacionalista de ayudar a un régimen que pretendía una sociedad socialista, igual que los mandados a Cuba en la década de 1960 o los mismos asesores cubanos que se enviaron, por ejemplo, a Mozambique.

     

    Sin embargo, pronto se vio que con asesores no iba a ser suficiente para garantizar un gobierno satélite del Kremlin en Afganistán. Los revolucionarios afganos preferían matarse entre sí para llegar al poder, no estaban por la labor de seguir las orientaciones soviéticas para alcanzar un Estado socialista. La otra superpotencia, Estados Unidos, tomaba siempre los movimientos soviéticos en Asia como una amenaza de primer nivel. Ante el nerviosismo cada vez más evidente de la CIA en la zona, buscando aliados en los fundamentalistas islámicos o en los nacionalistas pasthunes con acciones de sabotaje que lograran el repliegue soviético, al Politburó no le quedó más remedio que pensar muy seriamente en la intervención militar.

     

     

    La invasión militar soviética de Afganistán comenzó en diciembre de 1979 y estuvo justificada por los brutales asesinatos (con atentados) de los asesores soviéticos y sus familias en Kabul cometidos por los yihadistas afganos. Estos eran conocidos como los Muyahidines, personas que hacen la Yihad; personas que hacen la «guerra santa».Esos muyahidines fueron los antecedentes más similares a los actuales yihadistas del Daesh.

     

     Resultaría demasiado tarde, pero hubo dirigentes soviéticos, como Dimitri Ustinov (ministro de defensa), que se dieron cuenta que los revolucionarios comunistas afganos sólo querían la intervención del ejército soviético para que les solucionara el problema del fundamentalismo islámico. Las medidas “socialistas” modernizadoras del gobierno de Kabul no gustaron nada a las tribus del poderoso mundo rural afgano y también los ataques yihadistas fueron contra los afganos de las ciudades.

     

    El resto de la historia que ha protagonizado esa zona geopolítica la hemos ido conociendo en las décadas que pasaron de un siglo a otro, con la intervención de los EEUU tras los atentados del 11-S en 2001. Los soviéticos fueron los primeros en sacudir una patada al avispero furioso de Afganistán, luego los estadounidenses entrenaron y armaron a las avispas más rabiosas de la región para desalojar a los rusos. Por eso todos, unos y otros (ex soviéticos y capitalistas), tienen algo y mucho que ver con los yihadistas de hoy día, en origen un Frankestein que pronto se les fue de las manos a sus creadores. Tanto, que el yihadismo ha supuesto la más grave barbarie a combatir en lo que llevamos de siglo XXI.

     

     

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