La Guerra de los cien años
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El origen más remoto y «emocional» de la Guerra de los Cien Años estaría en la conquista de Londres por un normando el año 1066, el Duque de Normandía al que llamaban, no en balde, Guillermo el Conquistador. Este Guillermo, duque proveniente del continente, inaugura una época de «nuevos reyes ingleses» preocupados por todo lo que ocurría al otro lado del Canal de La Mancha. Es más, como señores feudales que eran, se preocupaban de todas sus tierras y vasallajes, siendo Normandía mucho más importante para ellos que Inglaterra. Se podía decir que Londres era una colonia, por su dependencia económica y política, del feudo continental más importante que se encontraba en Francia. A su vez, como señores feudales con posesiones en Francia, debían vasallaje al monarca francés.
Con la llegada de Enrique de Anjou al trono inglés a mediados del siglo XII se refuerza esa vinculación inglesa con los condados y ducados del continente. El fundador de la dinastía Plantagenet, coronado como Enrique II en Inglaterra, era también conde de Anjou, duque de Normandía y de Aquitania. Siguiendo el protocolo feudal, los Plantagenet eran señores vasallos del poder principal que recaía en el monarca francés. El potencial de recursos ingleses, la riqueza del reino insular, pronto revirtió esa premisa y los reyes ingleses empezaron a desconsiderar al vasallaje debido a Francia.
Como vemos, la Guerra de los Cien Años hunde sus raíces en realidad casi tres siglos atrás de la fecha tomada como inicio de la contienda. Además, ni fueron cien años continuados de conflicto ni hubo muchas grandes campañas guerreras. Hubo periodos largos de tregua y mucha más diplomacia de lo que parecería por ser una guerra medieval. Los motivos de disputa estaban claros en esa época, se trataba de reafirmar la soberanía plena de un señor sobre unas tierras aunque estuviesen bajo vasallaje. Así, por ejemplo, para los ingleses la soberanía de Aquitania era inglesa y para los franceses era soberanía gala pues pertenecía a los feudos de la corona francesa.
El rey francés Felipe VI se cansó en 1337, fecha considerada oficial del inicio de la Guerra de los Cien Años, de tanta ligereza inglesa en cumplir con el vasallaje debido del ducado de Aquitania y organizó una campaña militar para ocuparlo. Incluso, como ya se había decretado otras veces en los largos años de disputas, el monarca francés desposeyó del título de soberanía sobre las tierras continentales al rey inglés de turno, en este caso al astuto Eduardo III. Astuto porque logró atraerse el apoyo de muchos nobles galos, tan importantes como el duque de Borgoña, diciendo que él no era más que otro señor feudal francés luchando contra el poder central del rey. Su estrategia funcionó y le animó a proclamarse rey de Francia en 1340. Durante los más de veinte años que aún duró el reinado de Eduardo III, hubo dos reyes para una misma Corona.
Las batallas más importantes de la Guerra de los Cien Años, la batalla de Crécy (1346) y la batalla de Poitiers (1356), se dieron en ese periodo donde Eduardo III convirtió a Inglaterra en una potencia militar de Europa. El conflicto acabaría salpicando a otros reinos europeos, como a los ibéricos, que ayudaron a los contendientes con los que tenían acuerdos cuando la guerra se transformó de una contienda entre señores feudales por derechos de soberanía a un combate entre las nacientes monarquías-estados.
En el inicio del siglo XV, la Corona inglesa aún tuvo opciones de realizar el «sueño imperial» del primer Plantagenet de ser un gran reino con posesiones a un lado y otro del canal. El enfermizo rey francés Carlos VI no convencía a ninguno de los notables franceses y esa debilidad provocó una guerra interna, entre ducados franceses, por conseguir influir sobre París. Los duques de Orleans y Borgoña no tuvieron reparos en pedir ayuda al rey inglés del momento, Enrique V, que aprovechó las circunstancias para desembarcar con su ejército y tras varias campañas muy costosas tomar Normandía. Por el tratado de paz de Troyes (1420), pretendió que le recocieran rey legítimo de Francia en cuanto falleciese el “incapaz” Carlos VI.
Pero el destino quiso que fuera Enrique V quien muriese antes y su sucesor, un niño coronado como Enrique VI, aunque prosiguió la conquista de Francia, se vio frenado en Orleans. En esta última fase del conflicto que parecía eterno, es cuando entra en juego el mito de Juana de Arco. Su extraña personalidad, una joven campesina que oía voces divinas que le exigían convertirse en capitana del ejército francés para echar a los ingleses, en el fondo resumía el nuevo sentir de los franceses. Desde esa victoria del ejército del príncipe Carlos (el Delfín), comandado por Juana de Arco en mayo de 1429 sobre los ingleses, rompiendo el asedio de Orleans, los franceses dejaron sus rencillas internas y se unieron en una lucha común, nacional, para expulsar a los anglosajones del suelo francés.
Lo consiguieron del todo con la batalla de Burdeos, en 1453, fecha oficial del fin de Guerra de los Cien Años. Cuando un ya consolidado Carlos VII rey de Francia conquista esta ciudad, último bastión inglés en Aquitania. Desde entonces, los reyes ingleses de origen francés, los Plantagenet y sus sucesores de otras líneas, regresaron derrotados a Londres y tuvieron que hacerse más anglos, inculcando en sus súbditos cierto reparo hacia todo lo que fuese “continental”. ¿Será ese rencor una de las raíces del sentimiento antieuropeo actual de muchos ingleses?
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