SAMURAIS EN SEVILLA. LA EMBAJADA DE HASEKURA TSUNENAGA.
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INTRODUCCIÓN
Quién de un paseo por las calles de la población de Coria del Río, situada en la provincia de Sevilla, tal vez se sorprenda al encontrarse con la estatua dedicada a la memoria de un samurai, Hasekura Tsunenaga, y se pregunte por los motivos que impulsaron a erigirla en una ciudad tan lejana, en distancia y costumbres, de Japón. Puede que también le llame la atención descubrir, entre los pobladores de la ciudad sevillana, personas que presumen de tener el apellido Japón en su nombre. La explicación a tan peculiares detalles hay que buscarla en un episodio histórico que unió en el pasado el destino de dos naciones tan distintas, en todos los sentidos, como son Japón y España.
PRIMEROS CONTACTOS
Motivada por intereses económicos y también espirituales, España deseaba establecer contactos con Japón, disputando a holandeses y portugueses la hegemonía en la zona. A partir de 1560, fueron llegando a Japón gran número de comerciantes y misioneros dispuestos a cumplir con su misión, partiendo desde Nueva España (Virreinato de México) y teniendo las Filipinas y su capital, Manila, como base avanzada en sus expediciones.
En 1609, en su viaje de regreso desde Filipinas a México a bordo del galeón San Francisco, Don Rodrigo de Vivero y Velasco que cesaba como Gobernador del archipiélago, naufragó en las costas del Japón. Aprovechando su estancia forzosa, Rodrigo de Vivero trató de establecer relaciones directas entre el Gobierno de Nueva España y la corte japonesa. Consiguió reunirse con el poderoso Shogun Tokugawa Ieyasu, bien relacionado con el palacio imperial, logrando la firma, el 29 de noviembre de ese mismo año, de un tratado por el que se autorizaba a los españoles a establecer una factoría en el Este de Japón, permitiendo a los barcos españoles recalar en las costas japonesas en caso de necesidad, y acordando el envío de una misión diplomática japonesa a la Corte española.
LOS PREPARATIVOS DE LA MISIÓN
Un monje franciscano llamado Luis Sotelo, misionero que realizaba su labor evangélica en la región de Tokio, convenció al Shogun para ser enviado como embajador a Nueva España. Sotelo viajó con Rodrigo de Vivero y los marineros españoles supervivientes del naufragio del San Francisco, a bordo del San Buena Ventura, un barco construido por el aventurero inglés William Adams para el Shogun. Junto con los españoles viajaban a bordo veintidós japoneses como séquito de una primera embajada.
El regreso de Don Rodrigo de Vivero a Nueva España coincidió con los preparativos que se estaban efectuando por orden de Felipe III, para enviar una expedición al descubrimiento de las legendarias “Islas Ricas de Oro y Plata” que según se creía se hallaban situadas al Este de Japón. Sotelo, personaje de origen noble y ambiciones un tanto desmedidas, deseaba adelantarse a los demás obteniendo prebendas para su orden que competía con la de los jesuitas en la evangelización de Japón. Consiguió entrevistarse con el Virrey de México, Don Luis de Velasco, Marqués de Salinas, ganando la partida a otros arribistas y desplazando a posibles rivales. Siguiendo los consejos del influyente monje franciscano, el Virrey nombró al general Sebastián Vizcaíno, comandante de la expedición.
La misión principal de Vizcaíno era encontrar las “Islas Ricas” y asimismo, asentar las relaciones iniciadas por Vivero con los japoneses. Cargada con esas intenciones, la expedición partió de Acapulco el 22 de Marzo de 1611, arribando a las costas japonesas el 10 de Junio. A su llegada, Vizcaíno envió una carta al shogun Tokugawa Ieyasu, que por aquel entonces era el gobernante de facto del país, presentándose como embajador de España.
FALTA DE TACTO
Las reuniones que el general y explorador español sostuvo con el Shogun estuvieron caracterizadas desde un primer momento por el desencuentro entre ambas partes. Estos contactos preliminares fueron empañados por el desconocimiento y poco respeto que mostró el embajador hacia las estrictas costumbres japonesas. Además, entre los japoneses existía cierto recelo hacia lo que podían significar las conversiones al cristianismo. Por si esto fuera poco, los comerciantes holandeses, que aún conservaban cierta influencia en la corte japonesa, sembraron dudas sobre las verdaderas intenciones de los españoles, haciendo correr el rumor de que preparaban una invasión. Todas estas circunstancias trajeron como consecuencia que el ambiente no fuese el más favorable para dinamizar las relaciones entre las dos naciones.
Ante el bloqueo de la situación, Vizcaíno decidió partir finalmente en busca de las legendarias “Islas Ricas”. Tras buscarlas sin éxito durante dos meses, regresó a las costas japonesas con su navío seriamente dañado por los temporales. Tal vez con la secreta intención de perderlo de vista, el Shogun decidió construir un galeón para permitir el regreso de Vizcaíno a Nueva España. Bajo la influencia del hábil fray Luis Sotelo, Date Masamune, daymio de Sendai, fue elegido para llevar a cabo el proyecto, ofreciéndose a financiar la construcción del barco, siempre y cuando Vizcaíno la supervisase. La idea de Masamune, inspirada por Sotelo, era la de enviar un embajador a la corte de Felipe III y al Papa, con la intención de fomentar las relaciones directas entre su feudo y Nueva España. Para desempeñar la misión, el daymio llamó a Hasekura Tsunenaga Rokuyemon, fiel samurai que había estado a su servicio muchos años y en el que podía confiar plenamente.
CRUZANDO OCÉANOS
El galeón, llamado Date Maru por los japoneses y bautizado con el nombre de San Juan Bautista por los españoles, partió de Sendai rumbo a Nueva España el 27 de octubre de 1613. A bordo viajaban diez samurai del Shogun, doce samurai de Sendai, ciento veinte comerciantes, marinos y sirvientes japoneses y alrededor de cuarenta españoles y portugueses. Ya en alta mar, en una acción que casi podía ser calificada de motín a bordo, Sotelo tomó el mando de la expedición con ayuda de los japoneses y redujo a Vizcaíno a la condición de simple pasajero.
Después de una travesía de más tres meses, en uno de lo viajes más largos y peligrosos que hasta entonces se habían hecho cruzando el Pacífico, el galeón arribó a Acapulco el 25 de enero de 1614. La embajada japonesa fue recibida en medio de una gran ceremonia, siendo recibida por el virrey y otras autoridades de Nueva España. La misión diplomática permaneció un tiempo en México y de allí partieron al puerto de Veracruz, con el objetivo de embarcarse rumbo a España en la flota que al mando de Don Antonio Oquendo debía zarpar el 10 de junio. No pudiendo llevar a todo su séquito, Hasekura seleccionó entre ellos a un pequeño grupo para que lo acompañase, disponiendo que el resto volviera a Acapulco aguardando el regreso de su misión. En la fecha prevista y a bordo del galeón San José, los japoneses partieron de Veracruz.
RECIBIMIENTO EN SEVILLA
El 5 de octubre de 1614, el San José llegó a Sanlúcar de Barrameda en maltrecho estado después de atravesar un fuerte temporal. Scipioni Amati, cronista italiano de la época, hace un relato de la visita en su obra “Historia del Regno di Voxu del Giapone”. Este autor acompañó a la embajada durante su viaje por media Europa entre 1615 y 1616, convirtiéndose en un testigo de excepción de todo lo sucedido aunque, todo hay que decirlo, la mayor parte de lo hechos narrados en su libro fueron referidos directamente por nuestro viejo conocido fray Luis Sotelo quien, como es lógico imaginar, le dictó una versión particular de los acontecimientos.
En su libro, Amati describe el recibimiento que se otorgó a los aventureros cuando desembarcaron en Sanlúcar; “…donde residiendo el Duque de Medina Sidonia y avisado del arribo, envió carrozas para honrarlos, recibirlos y acomodar en ellas al Embajador y a sus gentiles hombres, habiéndoles preparado un suntuoso alojamiento”. El Duque, a instancias de la ciudad de Sevilla, preparó dos galeras para que remontasen el Guadalquivir y llevasen a la embajada hasta Coria del Río, por aquel entonces una escala obligada antes de llegar a la capital sevillana, emporio mundial del comercio de la época. Mientras el Embajador y su séquito eran agasajados por Don Pedro Galindo, regidor del ayuntamiento de Coria, la ciudad de Sevilla envió a una delegación de notables para acompañar a la comitiva.
El 21 de octubre, el Embajador y su séquito hicieron entrada en Sevilla en medio de una gran multitud que había acudido a contemplar la llegada de tan exótica embajada, nunca vista antes en la cosmopolita ciudad. Arropada por grandes demostraciones de afecto y curiosidad, fue escoltada por gran número de caballeros y nobles formando un cortejo revestido de gran solemnidad. Siguiendo el relato de Amati este cuenta que “…cerca de Triana y antes de cruzar el puente, se multiplicó de tal manera el número de carrozas, caballos y gentes de todo género que no bastaba la diligencia de dos alguaciles y de otros ministros de la justicia para poder atravesarlo”. Ante el riesgo que para la integridad física de los miembros de la comitiva suponía tal gentío, el Conde de Salvatierra, Asistente de la Ciudad, acompañado por otros regidores y caballeros consiguió rescatar al embajador que “…fue puesto en medio de dicho Asistente y Alguaciles Mayores y prosiguiéndose la cabalgata con increíble aplauso y contento de la gente, por la Puerta de Triana se dirigieron al Alcázar Real”.
Durante el poco tiempo que permaneció en la capital sevillana, Hasekura Tsunenaga, practicó ampliamente las relaciones sociales, siendo recibido por las más altas jerarquías de la ciudad. El 27 de octubre el Embajador, acompañado por fray Luis Sotelo, fueron recibidos por el Cabildo sevillano tal y como quedó reflejado en el Acta Capitular correspondiente a dicho acontecimiento. Acudió también a visitar al Arzobispado, donde se le agasajó con un banquete en su honor, siendo recibido además en la Iglesia Mayor, mostrándole la fastuosa sacristía y subiendo a la Giralda. Tampoco se olvidó de visitar a toda la nobleza sevillana de la época así como al Convento Casa Grande de San Francisco donde fue recibido con sinceras muestras de afecto.
AUDIENCIA EN LA CORTE
No se sabe con exactitud la fecha en la que el Embajador y su séquito partieron hacia Madrid, aunque se supone que fue entre el 21 y el 25 de noviembre. Durante el camino hicieron paradas protocolarias en Córdoba y Toledo, donde también se les rindieron grandes honores. Por fin, el 20 de diciembre, en medio de una ola de frío y grandes nevadas, Hasekura Tsunenaga entra en Madrid, alojándose en el Convento de San Francisco, tal y como había dispuesto el Rey.
Mientras todos estos acontecimientos tenían lugar, el Consejo de Indias, un órgano asesor de la Corona en cuestiones relacionadas con el Nuevo Mundo, debatió sobre la estancia de la embajada, examinando con detalle las informaciones que contenían las cartas que desde México habían enviado Sebastián Vizcaíno y el nuevo Virrey, Marqués de Guadalcazar, así como las remitidas desde Sevilla por Don Francisco de Huarte, factor de la Casa de Contratación. Después de discutir ampliamente sobre el tema, el Consejo de Indias decidió considerar a la embajada de Hasekura Tsunenaga como de segundo nivel, al haber sido enviada por el rey de Boju, nombre que se daba en los documentos españoles de la época al territorio de Mutsu y del cual era señor Date Masamune, y no por el propio emperador de Japón.
Una vez en Madrid, siendo recibido con la categoría de embajador de un principado menor, Hasekura transmitió al Rey el mensaje de Masmune pidiendo que se le enviasen religiosos así como la protección de la Corona para el comercio entre su feudo y Nueva España. El rey escuchó con atención las peticiones del embajador pero delegó cualquier decisión en la Casa de Contratación, la cual había decidido de antemano dar largas sobre el tema.
Mientras esperaba una resolución, el embajador fue bautizado el 17 de febrero de 1.615 en el Monasterio de las Descalzas Reales siendo sus padrinos el Duque de Lerma y la Condesa de Barajas, adoptando el nombre cristianizado de Felipe Francisco Hasekura.
PROSIGUE EL VIAJE
Finalmente, en el mes de agosto de 1615, tras permanecer más de ocho meses en la Corte y después de múltiples gestiones, Sotelo consigue la licencia para que la embajada pueda partir hacia Roma para entrevistarse con el Papa, así como un subsidio de cuatro mil ducados para sufragar el viaje.
La misión se embarcó a bordo de tres fragatas para surcar el Mediterráneo con rumbo a Italia. Pero el mal tiempo, que parecía perseguir a la embajada durante todo su periplo, los obligó a desembarcar en el puerto de Saint-Tropez, donde fueron recibidos por la nobleza local y llamaron la atención del pueblo. La visita fue recogida en la historia de la ciudad y algunos detalles pintorescos fueron recopilados en la crónica de la época conocida como “Relaciones de Madame de Saint Tropez” que se conserva en la Bibliotheque Inguimbertine en la ciudad de Carpentras. En ella se dice sobre los exóticos visitantes que “nunca tocaban la comida con sus dedos, sino que usaban dos pequeñas varas que ellos sujetaban con tres dedos…Soplaban sus narices en papeles de seda suave del tamaño de una mano, que nunca usaban dos veces, así que ellos los arrojaban al suelo después de usarlos, y ellos estaban contentos de ver a nuestra gente alrededor precipitándose a recogerlos…”.
La embajada prosiguió su camino y el 3 de noviembre de 1615 fue presentada por el cardenal Borghese ante el papa Pablo V. La recepción fue cordial, accediendo la Santa Sede al envío de misioneros, pero sin comprometerse en ningún aspecto relacionado con el intercambio comercial o el nombramiento de nuevos obispos, obedeciendo así a los deseos de la Corte española.
REGRESO A ESPAÑA
Después de la audiencia papal, el embajador y su séquito iniciaron el viaje de regreso, partiendo hacia el puerto de Génova, donde llegaron a principios de febrero de aquel mismo año, con la intención de embarcar rumbo a España. Cuando después de múltiples vicisitudes consiguen llegar a Sevilla, la situación había cambiado sustancialmente. Los buenos deseos con los que en un principio se quisieron establecer relaciones comerciales y diplomáticas entre Japón y España, manifestados expresamente por ambas partes, habían dado paso al recelo y el desencuentro de posturas, motivados por la negativa española a considerar como oficial la misión de Hasekura y por el edicto que el shogun Tokugawa Ieyasu había promulgado en enero de 1.614, ordenando la expulsión de los misioneros del Japón, lo que había provocado la persecución del cristianismo por todo el país.
Tras meses de dilaciones, algunas provocadas por cierta mala fe de las partes implicadas y otras, por circunstancias imprevistas, Hasekura y su inseparable fray Luis Sotelo embarcan con la flota que parte el 4 de julio de 1.617 rumbo a Nueva España. De los veintiún japoneses para cuya salida se pidió licencia al Rey en 1.616, sólo hay constancia de que embarcasen diecinueve. Hay que tener en cuenta que cuando la embajada llega a España en 1614 estaba compuesta por un séquito de al menos treinta japoneses. Estos datos demostrarían que no todos los acompañantes de Hasekura regresaron con él, quedándose algunos miembros de la delegación en España, posiblemente en pleno Aljarafe, donde se integraron plenamente en la sociedad de la época.
Posiblemente, algunos de ellos se instalaron en Coria del Río, población muy próxima a Sevilla, donde siempre tendrían la posibilidad de embarcarse a Indias y regresar a su país, opción que muy pronto quedaría descartada definitivamente cuando Japón entró en el periodo de su historia conocido como Sakoku, de total aislamiento con el exterior. Aunque no existe la certeza plena de que esto fuera así, documentos conservados en el Archivo Municipal de dicha población así lo atestiguan, al aparecer con cierta asiduidad el apellido Japón entre sus habitantes empadronados a partir de 1.647.
EL FIN DE UNA AVENTURA
Cuando los protagonistas de esta historia llegaron a México, no embarcaron directamente hacia Japón. En abril de 1.618 el galeón San Juan Bautista llegó a las Filipinas con Hasekura y Sotelo a bordo. En 1620 el embajador obtuvo licencia para regresar de nuevo a Japón. Después de quedar documentado que volvió a su dominio al Noroeste del país, los archivos japoneses guardan silencio respecto a su vida. Lo que le ocurrió a Hasekura durante sus últimos años se haya oculto bajo una capa de espesa niebla, existiendo versiones contradictorias. Algunas fuentes afirman que, debido a las persecuciones, abandonó definitivamente el cristianismo. Otras señalan que murió siendo martirizado por su fe, mientras que algunos apuntan que continuó practicando el cristianismo en secreto. El único dato cierto es que Hasekura murió en 1622 y su tumba se conserva en el templo budista de Enfukuji en la prefectura de Miyagi situada al noroeste de Tokio, cerca de Sendai.
A pesar del fracaso de la embajada y de la falta de apoyo a sus pretensiones por parte de las autoridades españolas, Sotelo estaba decidido a continuar con su labor evangelizadora en Japón. Después de permanecer en Filipinas cuatro años, el franciscano parte de nuevo rumbo a Japón disfrazado de comerciante y acompañado por dos jóvenes conversos japoneses a bordo de un barco chino. En septiembre de 1622, al llegar a la costa cerca de Nagasaki, el capitán del barco los delata y entrega a las autoridades japonesas. Sotelo y sus acompañantes son encarcelados en Omura por orden especial del shogun Tokugawa, que aún debía guardar recuerdo de la falta de tacto del primer representante enviado por España, el general Sebastián Vizcaíno, y del trato dispensado a la embajada japonesa en la Corte española.
Tras veintidós meses de cautiverio, el 25 de agosto de 1624, Fray Luis Sotelo junto con el jesuita Miguel Carballo, el dominico Pedro Vázquez y los dos jóvenes conversos, son quemados vivos convirtiéndose en mártires. El sueño de Sotelo de convertir al cristianismo al Japón terminaba de forma dramática. El papa Pío IX beatificó en 1867 al esforzado y un tanto ambicioso monje franciscano.
José Luis Hernández Garvi. Escritor.
Nuevo libro: el escritor José Luis Hernández Garvi presenta un ensayo sobre los extranjeros que sirvieron bajo las órdenes de la Monarquía Borbónica en nuestro país.
Extranjeros a las órdenes de los Borbones en la España del XVIII es el título bajo el que Garvi recopila una apasionante lista de personajes de procedencias diversas que, instalados dentro de nuestras fronteras y situados en los círculos próximos al poder de la Corte madrileña, contribuyeron al engrandecimiento de España.
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