Guerra de las Malvinas, la guerra que ganó la «Dama de Hierro»

3 julio 2024

 

En todos los aniversarios de esta guerra se producen gestos poco diplomáticos entre los antiguos contendientes. En 2012, en el 30º Aniversario, el príncipe Guillermo fue mandado a hacer maniobras militares en la base de Mount Pleseant (Islas Malvinas), junto a un buque de guerra armado con misiles de última generación. Era la manera de responder a las presiones diplomáticas de la ex presidenta Fernández de Kirchner, deseando que Gran Bretaña reconozca, o al menos se siente a negociar el asunto, la soberanía argentina de las islas.

Sin discutir la justa reclamación de la soberanía argentina sobre las islas, el análisis histórico habla de una dictadura en Argentina acorralada por los problemas económicos, debilitada y cuestionada en los foros internacionales. El gobierno militar de Buenos Aires buscaría en la reconquista de las islas una vía de escape. Fue una distracción para una sociedad desmotivada y desengañada que necesitaba de un empuje patriótico. Aniversario tras aniversario de esta guerra, el desembarco argentino en las Fackland (nombre inglés para las islas Malvinas), siempre abre debates en la sociedad argentina sobre si fue una guerra absurda o inevitable.

 

 

La reacción británica, ¿fue inesperada?

Los jerarcas militares argentinos creían que el Reino Unido no reaccionaría, que la ocupación militar sólo dejaba paso a la resolución por vía diplomática, a través de la ONU, el organismo que hasta ahora no había respondido satisfactoriamente a sus reclamaciones. Pero no fue así. Ante la sorpresa no solamente de los argentinos, la premier Margaret Thatcher, envió al día siguiente, 3 de abril de 1982, sin esperar mucho de los esfuerzos diplomáticos por evitar la guerra, una gran flota con el objetivo de recuperar las islas.

Fue una decisión personal de la «Dama de Hierro», que habla de su carácter autoritario y de su pensamiento militarista para abordar este tipo de conflictos. En realidad seguía el «estilo británico» tradicional, asociado a otras épocas, de aumentar las maniobras navales en la zona, desempolvando «el orgullo imperial» y proclamando músculo militar.

 

Ante esta reacción de Thatcher, la corrupta y criminal Junta Militar que gobernaba la Argentina desde 1976, con miles de desaparecidos, detenidos y asesinados a sus espaldas, no tenía frente a la comunidad internacional credibilidad para negociar una solución diplomática. El Consejo de Seguridad de la ONU instó a que el ejército argentino abandonase las Malvinas para que todo volviera al punto de partida inicial y reconsiderar así el tema de la soberanía. Sin embargo, no había vuelta atrás para los argentinos… ni para los británicos.

 

 

La opinión pública argentina optó por el patriotismo, la mayoría se puso al lado de su ejército apoyando la invasión y retorno de las islas a su soberanía. También los países del entorno (excepto Chile, cuya dictadura de Pinochet apoyó a los británicos), del Atlántico y Pacífico sur, se adscribieron a la causa argentina. Era más un apoyo a la reclamación regional de un vecino, culturalmente afín, que una alianza con la Junta Militar argentina. El que tuvo complicado su papel fue el gobierno de los EEUU, tradicional aliado de los británicos, poder influyente en la ONU, pero también socio fundador y miembro de la OEA (Organización de Estados Americanos).

Buen ejemplo de esa tesitura de los Estados Unidos fue que aunque finalmente apoyaron a los británicos plenamente, incluso cediendo bases aéreas y navales cercanas, acabaron perdiendo mucho en influencia y prestigio en la región, con la pérdida de la votación en la asamblea extraordinaria de la OEA sobre la soberanía argentina de las Malvinas, con 17 votos a favor y 4 abstenciones.

La guerra en sí fue una extraña combinación de estrategia tradicional y el uso de las armas más innovadoras. Un bloqueo naval continuado se hacía complicado para Gran Bretaña, por estar tan alejada del centro de operaciones. Los intentos de desembarcos iniciales para echar a los argentinos fracasaron. Sólo el empleo de submarinos nucleares y de misiles guiados por los satélites norteamericanos minó la resistencia de los argentinos. Al final derrota argentina con unos 650 muertos y miles de heridos. Las bajas de los británicos son motivo de polémica, fuentes argentinas hablan de más de mil muertos porque en un solo desembarco hubo 300 caídos. Argumentan que hubo varios desembarcos de similares resultados. El Reino Unido sólo reconoce 255 muertos militares y 3 civiles de las islas. A medio plazo esta derrota militar supuso el final, la caída de la dictadura militar argentina.

 

 

Margaret Thatcher se dirige a la nación

El 3 de julio de 1982, apenas pasados quince días desde la recuperación británica de las Malvinas, la primera ministra conservadora se dirige a su país. Lo hace en un discurso lleno de orgullo patriótico, pero también en un tono de reprimenda a todos los que dudaron de la capacidad resolutiva de Gran Bretaña como potencia militar y como nación sobresaliente sobre el resto, forjadora de imperios y de ciudadanos “competentes, con coraje y resolutos”…

En la Argentina los discursos son otros. Si la muerte de Perón en 1974 y la imposibilidad de buen gobierno de su mujer, Isabel, animaron a dar el golpe de estado al Ejército en 1976, el fracaso en la guerra hizo a la sociedad argentina despertar del sueño patriótico y hacer balance de la gestión de esa Junta Militar que llegó al gobierno como salvadora del país. El balance no podía ser más negativo: miles de muertos, desaparecidos y exiliados, el aumento de la deuda externa, la destrucción de gran parte del aparato productivo nacional y la quiebra de muchas empresas públicas a causa de la corrupción. Como broche final, la derrota humillante en una desigual guerra frente a una fuerza militar superior. Resultado: desde junio de 1982 a 1983 transición a la democracia, que comienza con el gobierno de Raúl Alfonsín.

 

 

Gustavo Adolfo Ordoño –Historiador y periodista-