El Imperio Austrohúngaro, el protagonista de la Europa de entre siglos (XIX-XX)
No existe otro imperio en la cultura europea que haya sido más nombrado y referenciado que el Austrohúngaro. Sin embargo, también resulta el imperio con menor interés a la hora de acercarse a su historia y uno de los más desconocidos. El conocimiento se queda en el glamour de la emperatriz Sisi y en los famosos bailes de salón que se pusieron de moda en esa época. Aunque como dato curioso, se puede afirmar que fue la mediación de esta emperatriz, Isabel de Baviera, conocida como Sisi en el ámbito familiar, sobre su esposo, el emperador Francisco José I, la más decisiva para firmar el Compromiso austrohúngaro en 1867.
Este acuerdo de 1867 es, en realidad, el que configura la entidad institucional que conocemos como Imperio Austrohúngaro. Fue un compromiso del emperador Francisco José I, con el reino de Hungría para que tuviera su propio parlamento. Era una solución política y no militar ante las amenazas de sublevación de los nacionalistas húngaros. Una solución que alentaba la emperatriz Sisi, que odiaba las soluciones bélicas preferidas por su marido, el emperador Francisco José, de talante bastante conservador y contrario a la línea reformista que llegaría a defender su heredero, el malogrado príncipe Rodolfo.
Este «Compromiso Austrohúngaro» de 1867, convirtió al Imperio en una monarquía dual. Así Francisco José I sería emperador de Austria y rey de Hungría; es decir, la Corona seguía siendo de «Un Habsburgo». El Estado pasaba a tener dos capitales, Viena y Budapest, cada una con un Parlamento con voz en las gestiones de las naciones que formaban el parlamento. Era una pequeña concesión a los nacionalistas, una de las fuerzas políticas contrarias a la rígida autoridad del emperador, educado en las maneras conservadoras de los regímenes absolutistas de inicios del siglo XIX. La solución de la “doble monarquía” (Austria-Hungría) no calmaría a otros nacionalismos, sobre todo al de checos y al de los eslavos. Estos últimos aumentaron su descontento con el imperio, cuando Viena decidió anexionarse Bosnia y Herzegovina, ya que esos territorios debían formar parte del proyecto nacionalista de la «Gran Serbia».
Esplendor cultural y decadencia en lo político
Se atribuye al Imperio Austrohúngaro desde una perspectiva cultural un periodo de gran esplendor, gracias sobre todo a la comunidad judía urbana de Viena y Budapest. Estos burgueses judíos solían ser mecenas de artistas como Gustav Klimt y se vieron beneficiados por el único acierto político del emperador, la Constitución de 1867 que surgió tras el acuerdo austrohúngaro que conformaba al imperio como un reino de reinos multiculturales. Otra faceta de Francisco José I, sí que favorecía el desarrollo cultural de su imperio. Sería su visión renovadora en cuanto a la urbanidad de sus capitales.
Viena se benefició del reformador trazado de la Ringstrasse, que consistió en el derribo de las antiguas murallas, una reforma urbanística que creó la gran avenida de circunvalación a modo de anillo, rodeando el casco antiguo. Estas intervenciones urbanas hicieron crecer a la capital austriaca, llegando en 1873 a tener más de 2 millones de habitantes, la cuarta ciudad más grande del mundo, tras París, Londres y Nueva York. Ese aumento de la población respondía también al auge económico del imperio austrohúngaro, que a pesar de haber perdido la guerra con Prusia por el control de la unificación germana, era ya una de las potencias económicas de Europa.
Pero todo ese esplendor cultural se veía lastrado por la inestabilidad geopolítica que resultaba coyuntural en los Balcanes. Los nacionalismos eslavos habían emprendido revueltas contra el imperio austrohúngaro y guerras contra el imperio turco desde mediados del siglo XIX. La extraña muerte en 1889 del heredero Rodolfo, el hijo varón de la emperatriz Sisi, que apareció muerto en un pabellón de caza junto a su esposa, en un aparente suicidio pasional, marcaría la decadencia política de Viena y Budapest. Sobre todo porque el archiduque Rodolfo representaba el ala más liberal y reformadora de la Corte vienesa, la única que podía dar el paso de tomar medidas reformistas liberales para el imperio que lo hubieran estabilizado políticamente.
El fin de un imperio y el final de una época
Para muchos historiadores, junio de 1914 es el verdadero comienzo del siglo XX. En ese mes se perpetra el atentado del grupo terrorista nacionalista serbio Mano Negra, llevado a cabo por un joven de 19 años, Gavrilo Princip, contra el archiduque Francisco Fernando, nuevo heredero del imperio austrohúngaro. Ese atentado colmaría con su nefasta gota un vaso lleno de tensiones bélicas, disputas diplomáticas y amenazas discretas entre las potencias europeas. Una Europa central y del este presionada por la unificación germana y las guerras de los Balcanes. Una Europa convulsa al sur por la unificación italiana.
A pesar de su esplendor cultural, se percibía la decadencia de ese orden llamado “mundo imperial”. Donde habría dominado la esperanza de muchos países por un futuro prometedor, como potencia europea, ahora se imponía el vaticinio del peor de los mundos posibles. Como así ocurrió, con el más que previsible resultado: estallaba la Primera Guerra Mundial y al acabar el Imperio Austrohúngaro se disolvía.
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