El desconocido inventor español Leonardo Torres Quevedo, un genio de la ingeniería.
Leonardo Torres Quevedo nació en 1852 en Santa Cruz del Valle de Iguña (Cantabria) y falleció en Madrid en 1936. Terminó sus estudios de ingeniero en 1868, en el Instituto de Enseñanza Media de Bilbao.
En esta ciudad vasca pasó al cuidado de las señoritas Barrenechea, amigas de la familia que se hicieron cargo de su manutención cuando sus padres emigraron a Madrid. Al morir estas damas le legaron su gran fortuna, lo que permitió a Leonardo despreocuparse de su supervivencia y centrarse en sus proyectos. Esta “suerte” fue la baza que tuvo el inventor para no tener que depender tanto de la financiación y directrices de las instituciones oficiales.
Esa independencia económica, también le procuro mayor libertad para investigar en las materias que más le interesaron. Como en un sistema de camino funicular aéreo de alambres múltiples que patentó en 1887. En esa estructura ideada por Torres Quevedo, la principal innovación estaba en los grandes niveles de eficiencia segura que se lograban. Su patente conseguía, como veremos, un coeficiente de seguridad óptimo para el transporte de personas. Eliminando los principales riesgos temidos en ese tipo de estructuras teleféricos.
Se puede decir, sin exagerar, que Leonardo Torres Quevedo es uno de los inventores universales con más ingenio y capacidad creativa que se vieron entre finales del siglo XIX y los inicios del XX. Lo que ocurre es que Torres Quevedo es español y sufrió el menosprecio hacia la ciencia española que existía en el mismo país y en el extranjero. La fama de nación atrasada y despreocupada por la Ciencia, hacían desconfiar de España como lugar de creatividad científica. Muchos de sus ingenios pioneros no se pudieron desarrollar de manera industrial, por lo que no sirvieron para publicitar su trabajo y entrar así en el llamado «Olimpo de los grandes inventores» de las revoluciones industrial y científica.
Esos detalles hacen que Torres Quevedo sea bastante desconocido hasta para sus compatriotas. Ha tenido que ser la moda de conmemorar centenarios lo que puso por unos días su trabajo en páginas de los medios informativos (2016). Sin embargo, en agosto de 1916 uno de sus inventos estuvo semanas en las primeras planas de los periódicos. Fue cuando en el actual Parque del Niágara, en Canadá, se inauguraba el primer teleférico o trasbordador de pasajeros construido en el mundo.
Trasbordador, un término que luego se usó para otros vehículos de pasajeros, en ese caso para viajeros espaciales, los trasbordadores de la NASA. Un término con el que gustaba y prefería Torres Quevedo a llamar a su ingenio. La obra fue un proyecto español completo, desde su inicio, el desarrollo y su final. La Primera Guerra Mundial y la neutralidad de España le convertía en uno de los pocos países que podían abordar obras de ingeniería pensadas para la vida en paz, pues el resto invertía todo su potencial e ingenio en el conflicto.
Algo muy novedoso para la época, el teleférico transportará personas y no mercancías. El matiz era importante, el teleférico del Niágara se ideaba como un trasbordador seguro de pasajeros. Antes, para atravesar ríos o cañadas, se habían empleado artilugios que portaban mercancías; nadie se atrevía con gente. En este caso, sería una construcción para el transporte de personas ideada por un español. Además, toda la parte de cabina y materiales esenciales fueron construidos en Bilbao por una empresa con capital español (The Niágara Spanish Aerocar Co. Limited). Una obra de ingeniería civil que se basó en una patente española registrada por Torres Quevedo, a partir de otro teleférico construido por él (Monte Ulía de San Sebastián, 1907) con el título: «Enganche y freno automáticos para transbordadores aéreos» (patente 59627 de 22/1/1915).
Lo que hacía excepcional y definitivo a este ingenio teleférico era su sistema de tensión. Un cable con un extremo fijo y en el otro, pasado por una polea, se colocaba un contrapeso. Con este sistema la tensión del cable es constante y, por mucho que se cambie la posición de la barquilla, es muy difícil que se rompa. Para aumentar la efectividad, la estructura se montó con la disposición ideada por Torres Quevedo de seis cables paralelos. Si se rompiera alguno de ellos, el sistema comenzaría a auto equilibrarse y recuperar la estabilidad. No ha hecho falta comprobar esta ingeniosa seguridad, pues en más de cien años no ha ocurrido ningún incidente grave.
Se ha calculado que desde su inauguración en 1916, más de 15 millones de turistas, hasta el año 2019, se han beneficiado de la eficacia y garantías de este ingenio español. Un teleférico que proporciona unas vistas inigualables de los rápidos del remolino y de la garganta del río Niágara.
El trayecto de este invento de Torres Quevedo atraviesa de punta a punta más de medio kilómetro y baja la cabina a unos 40 metros a nivel del río. Una espectacular atracción turística de ingeniería española con más de cien años.
Gustavo Adolfo Ordoño -Historiador y periodista-
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