Carlos I, el primer monarca de los Austria
Una gran flota se aproximaba a las costas asturianas la mañana del 18 de septiembre de 1517. Los lugareños pensaron que estaban siendo invadidos por corsarios y huyeron a las montañas armados con todo lo que pudieron prestos a defenderse. Una gran comitiva desembarcó de los cuarenta barcos que habían partido de los Países Bajos y sin demora avanzaba con dificultad por las montañas del norte de España camino de Valladolid. En medio de un espeso bosque comenzaron a recibir piedras y toscas armas lanzadas por un grupo de paisanos que no se había enterado que esas personas formaban parte del séquito real que escoltaba a su nuevo rey; el príncipe Carlos de Borgoña, nieto de los Reyes Católicos nacido en 1500 en ese ducado. La guardia de la comitiva repelió rápido el ataque y por fortuna se convenció a los asustados lugareños de que estaban cometiendo un error, no eran piratas sino cortesanos que acompañaban al futuro emperador Carlos V.
Ese incidente simboliza en gran medida lo que suponía para España ese joven príncipe borgoñón que venía a Castilla para hacerse con ese reino al estar su madre, la reina Juana, «impedida» para el cargo. ¿Quién se supone era ese joven? ¿Un príncipe Habsburgo, extranjero, rey de España? Su llegada desde sus ducados europeos no hacía más que ahondar en la idea de que se imponía a esos reinos ibéricos un monarca foráneo, muy ajeno a los intereses locales. Pero todos esos reinos debían comenzar a asumir la realidad política generada por una combinación de matrimonios dinásticos y muertes prematuras. Una curiosa «suerte de destino» que haría de Carlos no solamente monarca de esas tierras, también emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Acababa de fallecer su abuelo Fernando el Católico, en 1516, y eran años difíciles para Castilla y Aragón, los reinos principales en la península junto a Portugal. Precisamente de este último país llegaría la que fuese su amada esposa Isabel de Portugal, la joven emperatriz que marcaría más de lo previsto al carácter del también joven monarca Habsburgo. La política de favorecer los intereses dinásticos vía del matrimonio se mantuvo y casar con princesas portuguesas fortalecía el periodo de paz conseguido con ese país y ganado por los Reyes Católicos a finales del siglo XV.
El lustro vivido entre el año 1517 que el príncipe borgoñón llega a España y el año 1522 está envuelto en guerras de religión, en la lucha por el título imperial y lo más grave, en una revuelta comunal de sus súbditos castellanos. Nobles urbanos y burgueses agraviados por el desinterés de Carlos en los asuntos de Castilla y por la elevada carga impositiva que les exigía para sufragar, precisamente, grandes empresas políticas y militares lejos de los reinos hispánicos. El futuro Carlos V no vivió en persona esa rebelión conocida como la «Revuelta de los Comuneros». Había partido rumbo Alemania en mayo de 1520, rodeado de consejeros extranjeros y para concluir un objetivo –el título imperial- ajeno al sentir de sus súbditos hispanos. Fue el detonante para convertir el malestar y alguna pequeña revuelta en una franca rebelión general.
Para colmo, el joven y recién coronado monarca de los reinos hispánicos decidió dejar como regente en España a un extranjero, Adriano de Utrecht. Ese nuevo agravio impulsó el estallido de la revuelta castellana, aunque las tensiones formaban parte de un viejo conflicto sufrido ya en época de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos. Problema que éstos habían intentado solucionar pero que dejaron inacabado. Para contrarrestar el poder de la alta nobleza, los católicos monarcas se habían apoyado en la baja aristocracia sobre todo de las ciudades. Los comuneros pertenecían a los sectores medios de la sociedad castellana y se levantaron contra la nobleza terrateniente que había copado el poder tras el vacío «real» dejado por la muerte de la reina Isabel. Es decir, esa revuelta comunera no sería únicamente una grave protesta contra el nuevo régimen dinástico y sus impopulares medidas; también suponía la continuación de un conflicto larvado entre las « gentes de ciudad» y la gran nobleza.
Aunque la rebelión duró más de un año, en el campo de batalla los comuneros no fueron rival para el ejército real y los ejércitos privados de la aristocracia. Derrotados militarmente en Villalar el 24 de abril de 1521, solo Toledo aguantó unos meses más en rebelión hasta que su líder principal, el obispo Acuña, fue apresado y ajusticiado en la fortaleza de Tordesillas. A su regreso a España en 1522, la revuelta ya estaba sofocada y Carlos I entendió que debía cambiar de actitud con el país que más le estaba aportando, tanto en dinero como recursos humanos (tropas y funcionarios), para el gobierno de sus vastos dominios. Por de pronto, comenzaría a organizar su boda con la hermana del rey de Portugal; una novia que era muy del agrado de la sociedad española.
Su matrimonio en España con su prima Isabel de Portugal en 1526 marcaría el punto de inflexión en su «hispanización» tanto personal como en su faceta de rey. Además, el 21 de mayo de 1527 la emperatriz tuvo un hijo dándole el ansiado heredero para su dinastía. Era el futuro Felipe II. La joven esposa le dio estabilidad emocional y le sirvió para madurar como monarca. Incluso tendría la confianza en ella como para hacerla regente cuando se ausentó a resolver los asuntos europeos. Algo que también haría con su hijo, el príncipe Felipe, al que haría regente en España desde 1551.
Carlos V gobernaba sus posesiones como cabeza de una organización dinástica, no se trataba de un imperio «al uso» gestionado desde una sede centralizada. Era una figura monárquica en transición entre los reyes feudales con vasallos y los monarcas absolutistas de la Edad Moderna. En cada uno de sus dominios estaba representado por un regente o virrey, que procuraba ser de la dinastía Habsburgo en los países «principales». El emperador se otorgaba las «misiones supremas» propias de su rango de ‘rey de reyes’ en la cristiandad, como fue la defensa de ésta frente a la amenaza turca. Y más en concreto, su intermediación en la amenaza de la reforma protestante. Organizó el Concilio de Trento, que sirvió para impulsar la contrarreforma católica y lideró tanto la lucha política como la de los campos de batalla contra la expansión del protestantismo.
Al final de sus días se sentía tremendamente agotado al haber tenido que soportar el devenir de esas «misiones supremas» . No pudo retener los dominios alemanes para su línea dinástica y en 1555 ante los Estados Generales de Bruselas cedía los Países Bajos a su hijo Felipe. Al año siguiente decidió regresar a España por «sentirse morir», eligiendo un apartado monasterio en Yuste (Extremadura). Un gesto que demostraba su conversión y reconocimiento como monarca genuinamente español. En ese tranquilo retiro siguió interesado por los asuntos de Estado y aconsejaría a su hijo al que ya había cedido todos sus cargos y dominios. En Yuste murió el 21 de septiembre de 1558.
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