Frida Kahlo: autorretratos de dualidad y desamparo
“Mi pintura lleva un mensaje de dolor.
Ha completado toda mi vida.
He sido mi propia modelo”.
(Frida Kahlo)
Resumen
El presente artículo trata de abordar el complejo mundo de dualismos que tiene lugar en los autorretratos de Frida Kahlo (1907-1954). La unión de Diego Rivera y Frida, la mezcla de fantasía y realidad, la contraposición entre México y Estados Unidos y otra serie de dualidades intentan explicarse desde una aproximación a las experiencias vitales y al sufrimiento físico y psíquico de la artista. Se incluye en el anexo una muestra de las obras más representativas, a las cuales se alude en el texto.
I- Introducción
Se ha escrito sobre Frida Kahlo una copiosa literatura con el propósito de inmortalizar y repensar la vida de este personaje que ha sido mito, símbolo e icono. No es la intención aquí, por tanto, ampliar o resumir una biografía hartamente estudiada, sino mostrar una perspectiva particular en cuanto a la relación entre las obras de Frida y su sufrimiento físico y psicológico, a través de la inmersión en el mundo de dualismos que su obra nos ofrece. Se ha tomado para este artículo la idea que recoge Inés Ruiz Artola (1) sobre la dualidad en las obras de Frida, tratando de aportar otras ideas y puntos de vista.
Que Frida Kahlo toma su propio dolor como inspiración y se sirve de su cuerpo como modelo se hace evidente en su proclividad al autorretrato. Son muchos los testimonios y ensayos que aseguran que el dolor es musa y estímulo, particularmente el anímico. En el caso de Frida se puede hacer de ello una afirmación completa, así como encontrar en su obra pictórica una conjunción entre el dolor físico y psíquico.
Padeció poliomielitis en la pierna derecha desde los seis años, lo que la hizo crecer débil, sometida a reposo cada cierto tiempo y con una cojera que le duraría para siempre. A la edad de dieciocho años, en septiembre de 1925, sufrió un grave accidente en un autobús que la obligó a guardar cama durante tres meses, ocasionándole secuelas que no curarían jamás. Frida, sometida a lo largo de su vida a 33 operaciones quirúrgicas y a tres abortos, padecía además numerosos traumas sentimentales y frustraciones fruto de su relación con el pintor Diego Rivera y de la imposibilidad de tener descendencia. A la luz de las nuevas investigaciones médicas se ha confirmado que tras el accidente, y a lo largo de toda su vida, Frida padecía fibromialgia, una enfermedad aún no diagnosticada en la década de 1920, lo cual explicaría su dolor crónico generalizado. (2)
Después del accidente, el dolor y la tristeza fueron los temas centrales de su obra, que giraría también en torno a la entereza. Frida, quien inicialmente quiso dedicarse a la medicina, se inclina por la pintura para pasar las múltiples horas de reposo forzado a las que tuvo que someterse: “Nunca pensé en la pintura hasta 1926, cuando tuve que guardar cama a causa del accidente… con unas pinturas y pinceles de mi padre y un caballete especial que mandó hacer mi madre para poder pintar acostada. Así empecé a pintar”. (3) Frida nunca se haría médico, pero utilizará su cuerpo enfermo como objeto de estudio y la pintura como un alivio, una cura relativa.
II- Consideraciones sobre sus autorretratos y simbología
Si hablamos de la obra de Frida nos viene a la mente de forma automática el autorretrato. Frida realizó más de setenta pinturas de sí misma, una forma que usó para combatir el desamparo y la desorganización psíquica, pero también para fijar su propia identidad ante los demás y ante sí misma, para reconstruirse y valorarse.
Se ha reivindicado en ocasiones un estudio más estético de los cuadros de Frida, más alejado de sus experiencias vitales, traumas y dolores, como la que manifiesta González Fisac (4), quien aboga por la desvinculación entre su obra y su propia trayectoria vital, puesto que considera que la mayor parte de publicaciones sobre la pintura de la artista se hace en gran medida a partir de su psicología y biologismo, restando valor al arte como tal y, podríamos decir, empobreciéndolo. No obstante, es innegable que Kahlo busca la oportunidad de contarse a sí misma a través de su pintura, de narrar su vida y su experiencia. Kahlo se sumerge en su propia vida, y al rehusar del todo su biografía (y por tanto, el aspecto metafórico que alude a ella) la calidad de sus obras se vería mermada. Lo que observamos en sus lienzos es Frida y su propia vida, lo cual no tiene por qué restar ningún valor al aspecto artístico.
Los retratos de cara o de busto están marcados por la ausencia de expresión de sentimientos o estados de ánimo (ella se denominaba a sí misma “la ocultadora”). En ellos suele mostrarse deslumbrante y envuelta en adornos, potenciando el estilo y folklore mexicanos (aparece con ropa llamativa y trajes regionales), siendo el fondo y los atributos lo más importante. Se otorgaba una parafernalia ornamental que quizá buscase burlar su propia desdicha y alzarse con orgullo frente a una trágica vida (Figura 1). En palabras de Alicia Mingo Rodríguez, los autorretratos de rostro serían casi como pasatiempos introspectivos que permitían a Frida reafirmarse, adornarse, y dejar cierta memoria narcisista de sí misma. (5) Por otro lado, los autorretratos más célebres de la pintora son aquellos en los que se representa de cuerpo entero, donde pretende hacer una narración de algún hecho de su vida de forma más amplia que en los anteriores, a menudo representaciones escénicas. Serían el legado más relevante de Frida en cuanto a narración y significado, definiéndose por su sinceridad, crudeza y sufrimiento. En ellos la pintora muestra la relación con su marido, la forma de sentir su cuerpo, el estado de salud, la incapacidad de tener hijos, así como su filosofía de la naturaleza, de la vida y su visión del mundo.
Frida rompe con el prototipo de mujer de época con sus formas rebeldes, su compromiso político y su comportamiento atrevido. El aspecto masculino de su juventud contrasta con el espíritu tradicional mexicano en la primera mitad del siglo XX. No era ésta totalmente su intención, sino que vestía pantalones de hombre para ocultar el defecto de su pierna derecha, más corta y delgada que la otra. Vistiendo como un hombre daba la imagen de mujer extraordinaria y autónoma, que se reforzaría cuando más tarde viste con trajes tehuanos de la comunidad indígena, reafirmándose en su mexicanismo y expresando su conciencia nacional. Pero siempre mantendrá ciertas formas masculinas, tanto en su comportamiento como en la forma de retratarse. Semejante ideología nacional propugnaba al incluir en sus autorretratos la fauna y flora mexicana: plantas de la selva, rocas de lava, monos, perros Itzcuintli, ciervos, papagallos…(Figura 2).
La actitud rompedora de Frida se manifiesta con claridad en su modo de representar el cuerpo femenino. Es la primera artista que expone de manera tan franca –a veces incluso descarnada- la realidad femenina. Con sus obras rompe tabúes que afectaban al cuerpo y la sexualidad de la mujer, puesto que Kahlo se hace pública en su intimidad. En el óleo Henry Ford Hospital (Figura 3), alude a los dos abortos que había sufrido hasta el momento, pintándose en una cama repleta de sangre y con cuerdas saliendo de su vientre -¿venas?- a las que se enlazan símbolos de su sexualidad (un ejemplo es la concha (6) , elemento que repite en varias obras) y el embarazo fracasado. El feto aparece en la parte superior y la ausencia de vida a los alrededores de la cama de hospital hace referencia a la soledad y desolación de la pintora. En 1932 realiza la representación de su propio nacimiento de forma sórdida y sin ambages (Figura 4), aludiendo a la vez al aborto que había sufrido hacía poco tiempo y a la muerte de su madre, puesto que aparece con el rostro tapado por una sábana.
En cuanto a algunos símbolos que incluye Frida en sus obras, cabe mencionar la presencia de la muerte en forma de Judas o la de pequeños monos en repetidas ocasiones. En la mitología mexicana el mono es el patrón de la danza, pero también un símbolo de lascivia. (7) Los papagayos son símbolos eróticos, pues aluden a los animales del dios del amor en el mundo hindú. Asimismo, juega con su cabello para expresar sus sentimientos, cortándolo para mostrar el dolor por la separación de Rivera. Con el nuevo matrimonio en 1940 realiza un nuevo autorretrato con los cabellos recogidos en una trenza en la parte superior, como símbolo de renovación o de reparación de aquello que antes estaba roto. (Figura 5)
III- Un mundo de dualismos
El dolor y la máscara
El primero de una larga serie de autorretratos lo realiza en 1926, al estilo tradicional de los retratos mexicanos. El estilo posterior distará mucho del presente, pero aquí inicia su propio estereotipo en cuanto a la expresión del rostro. Una constante en los autorretratos de Frida es la expresión hermética, como ya se dijo anteriormente. Siempre con la mirada fija en el espectador y con la característica forma de sus cejas negras como una golondrina; un rostro que no desea expresar nada y a la vez tiene una enorme desolación oculta. En los autorretratos venideros la expresión facial será la misma, cambiando el fondo del cuadro y sus propios atributos. En algunos incluye lágrimas o collares de espinas, en otros su melena cortada como símbolo de desprendimiento o pérdida de algo muy importante. Podemos decir que el rostro de Frida es una máscara que esconde multitud de sentimientos devastadores para la propia pintora. Paradójicamente, el único autorretrato donde su rostro muestra un profundo dolor es la representación de una máscara. (Figura 6). Pese a la seriedad de su rostro, expresa su dolor a través de la iconografía cristiana: atravesada con flechas, punzada con clavos o la corona de espinas que porta a modo de collar. Se ha calificado a Frida como una especie de “Ecce Homo femenina”cuando se hace referencia al uso de este tipo de símbolos cristianos. (8)
Estados Unidos y México
Entre 1931 y 1934 Frida y Diego se trasladan a Estados Unidos, permaneciendo primero en San Francisco, y más tarde en Detroit y Nueva York. Las obras de Frida expresan la nostalgia por México y la enorme diferencia entre los dos países, como muestra Autorretrato en la frontera entre México y los Estados Unidos (Figura 7) donde la artista –con una bandera mexicana en la mano- se yergue como una estatua sobre un pedestal ante un mundo dividido en dos y completamente distinto: el mexicano, repleto de historia y dominado por la naturaleza, y el norteamericano, grisáceo y muerto a manos del humo y la tecnología. En Allá cuelga mi vestido o New York (1933) -el único collage en la obra de la artista- exhibe una prenda mexicana vacía para destacar por contraste el materialismo, el capitalismo y la modernidad de Nueva York (Figura 8) (9) .Este traje sin dueño expresa cómo el ambiente de Nueva York –que refleja con símbolos de la moderna sociedad industrial americana- ahogaba a Frida, (10) al contrario que a Diego Rivera, quien expresa en algunas de sus obras su admiración por el progreso industrial. Frida no era ajena a esta admiración pero es consciente de las desventajas del progreso, lo que hace patente en estas dos obras realizando una contraposición entre lo artificial y lo natural. Como manifestaba en una de sus cartas a su amiga Raquel Tibol: “El gringuerío no me cae del todo bien, son gente muy sosa y todos tienen cara de bizcochos crudos”. (11) O en la siguiente: “Aun cuando me interesa mucho todo este progreso industrial y mecánico de USA, encuentro que los americanos carecen de toda sensibilidad y sentido del decoro”. (12)
Diego y Frida
Frida decía que habían acontecido dos graves accidentes en su vida: uno, el accidente de autobús; el otro, Diego Rivera. En 1929 los artistas contraen matrimonio –con veintiún años de diferencia entre ambos- iniciando una tortuosa relación durante la cual se produciría entre ellos un importante influjo ideológico. Las obras en las que aparece con Diego no suelen tratarse de retratos matrimoniales convencionales, sino que muestra a su marido como parte de ella. El pintor aparece en sus pensamientos, por lo que le representa en miniatura en su frente; en su corazón, acunado entre sus brazos como si de un bebé se tratase. Frida sufría incansablemente por las infidelidades de su marido, pero estuvo hasta el final de su vida atada sentimentalmente a él. En Frida y Diego -regalo que le hizo en su aniversario- (1944) los rostros de ambos forman uno solo, como pertenecientes a un mismo cuerpo. Incluye en esta obra también una caracola como símbolo de amor y sexualidad. Aunque la obra que se encuentra en el anexo no es la mencionada, se trata de un retrato muy similar. (Figura 9)
Las dos Fridas
Frida lleva en su sangre dos culturas muy diferentes, puesto que su madre procede de una familia mexicana de ascendencia indígena y su padre es de origen húngaro, nacido en Alemania. Frida asimila en Las dos Fridas (1939) la crisis marital, a través de la representación de dos imágenes de sí misma, (13) unidas por un mismo sistema circulatorio. (Figura 10). La primera, Frida con traje de tehuana (el favorito de Diego), está sana y cogiendo de la mano a otra Frida con traje europeo, una forma de mostrarse a sí misma antes de conocer a su marido. Ambas tienen su corazón a la vista, pero la Frida europea se desangra, profundamente herida. Muestra claramente que convive con sus heridas físicas y psíquicas, con su cuerpo maltrecho y dolorido y con los desgarros del corazón. Una interpretación que se suele aceptar es ver a la Frida europea herida en su cuerpo como la Frida rechazada por Diego, que se sostiene en la Frida tehuana saludable y sensual que es la amada por el artista (Diego y Frida se separan al año siguiente, en una ruptura que duraría sólo un año, al pedirle Diego una vuelta que Frida acepta con varias condiciones).
Vida y muerte
Como señala su amiga Lola Álvarez Bravo, Frida había sido la única pintora que se había dado a luz a sí misma, puesto que había “muerto” en el accidente: “La lucha entre las dos Fridas, la viva y la muerta se daba siempre dentro de ella”. (14) Frida se reinventaba e insuflaba vida con cada retrato, era consciente de esa presencia de la muerte –y de hecho bromeaba con ello teniendo a un Judas de cartón (uno de los símbolos mexicanos de la muerte) en su habitación- y así lo muestra en El sueño o La cama (1940) donde un Judas vela su propio sueño. La muerte, según la acepción mexicana, significa renacimiento y vida. La muerte es entendida como un camino o transición hacia una vida diferente, y Frida lo muestra con símbolos como calaveras o ramas espinosas.
Fantasía y realidad
No hay fronteras entre el mundo real e irreal en las obras de Frida. A menudo no se atiene a una perspectiva, sino que la sacrifica en favor de la dramatización de la escena. Frida creó un lenguaje pictórico propio, metafórico y de una gran riqueza en símbolos, pero pese a los empeños de André Breton por incluirla en el surrealismo, y aun cuando muchos de sus trabajos contienen elementos fantásticos, no se la puede calificar de surrealista, puesto que en ninguno de ellos se desprendió por completo de la realidad, ni se inspiraba en la filosofía freudiana ni en los sueños. Gracias al contacto con Breton realizó en 1938 su primera exposición en el extranjero, pero las diferencias entre su arte y el de los surrealistas se hizo evidente tras la misma, como reflejan sus propias palabras al ser señalada como pintora de este movimiento: “No puedo ser surrealista, mi pintura es realista, refleja mi propia vida”. (15) Un ejemplo de cuadro que se ha calificado a menudo de surrealista es Lo que vi en el agua (Figura 11) donde varias Fridas nos permiten ver la obra desde su punto de vista, desde el agua. En él nos hace partícipes de su multiplicidad, con un diluvio de ideas, imágenes, personas, duplicaciones, y por supuesto, pasajes de su vida.
Otro ejemplo lo constituye El venado herido (1946), donde tras la operación de la columna en Nueva York expresa su esperanza frustrada mediante un ciervo herido de muerte por múltiples flechas al que pone su rostro, (Figura 12), aludiendo una vez más a la iconografía cristiana y a una posible imagen de Frida como mártir.
IV- Conclusión
Frida crea y define su propio estilo tomando como ejemplo sus propias experiencias, sus enfermedades y sus sentimientos. Pinta su vida visible e invisible, dando forma a obras sinceras y desgarradoras. No se acoge a los ismos pese a conocerlos, nunca se califica de surrealista y hasta su muerte en 1954 realizará una pintura simbólica y personal. En este mundo de dualismos puede apreciarse cómo convive con el dolor, y aunque la mayoría de sus autorretratos muestran una expresión hermética, Frida expresa a la perfección esa unidad psicofísica. (16) En su célebre La columna rota (Figura 13), su cuerpo surcado de clavos y las lágrimas que inundan su rostro reflejan el empeoramiento de su salud. Una columna jónica con diversas fracturas simboliza su propia columna vertebral herida. No obstante, el grueso de sus obras no trata de inspirar compasión, y durante toda su vida refleja ese ímpetu por darse ánimos a sí misma y su alegría de vivir. Pues como solía cantar y como escribe en una banderita que sujeta en una de sus obras, “Árbol de la esperanza mantente firme”.
V- Notas a pie de página
(1) RUIZ ARTOLA, INÉS; “Las dos Fridas: lucha de contrarios, ambivalencias y duplicaciones en la obra de Frida Kahlo”. Isla de Arriarán, XXX, diciembre 2007, pp. 175-194.
(2) RAMOS DE FRANCISCO, Consuelo; FRANCISCO, José; Frida Kahlo: “Enfermedad, sentimiento y arte en su obra pictórica”. Revista de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina, volumen 58, nº 1-2, 2009, pp. 175-176.
(3) KAHLO, Frida; El diario de Frida Kahlo.Un íntimo autorretrato(1944-1954) Grupo Edit Norma México, 1995, citado en RAMOS DE FRANCISCO, p. 171.
(4) Consultar GONZÁLEZ FISAC, J.; “Frida Kahlo: (auto) retrato y devenir-rostro”. Fedro. Revista de Estética y Teoría de las Artes IX (2010), pp. 43-63.
(5) MINGO RODRÍGUEZ, Alicia; “Lienzo y vida. Autorretrato de cuerpo entero”. Fedro. Revista de Estética y Teoría de las Artes XII, 2011, p. 65.
(6) Si se quiere consultar sobre los símbolos de la sexualidad, conviene leer el estudio que se hace de ellos en KETTENMANN, Andrea: Frida Kahlo (1907-1954). Dolor y pasión. Taschen, 2007, p. 33.
(7) Íbidem, p. 45.
(8) MINGO RODRÍGUEZ, Alicia; op.cit, p. 68.
(9) Aunque no puede considerarse un autorretrato como tal, debido a que Frida no aparece personalmente, hemos decidido considerar el vestido representaparte de la esencia y personalidad de la pintora.
(10) CHEN, Lucía; “Frida Kahlo: vida y trabajo”. Observatorio Laboral Revista Venezolana, vol. 1, nº1, enero-junio 2008, pp. 65-87, p.76.
(11) TIBOL, Raquel; Frida Kalho, una vida abierta, México, Diversa, 1983, p. 156.
(12) Ídibem, p. 158.
(13) El autorretrato a lápiz de 1946 muestra también dos Fridas en una sola. Una, con su pelo suelto y salvaje, interpela al espectador con mirada dura; la otra más coqueta y sensual. Ambas están unidas por su ceja metamorfoseada en golondrina.
(14) El testimonio de Álvarez Bravo lo podemos encontrar enRAMOS DE FRANCISCO,Consuelo: op.cit, p. 174.
(15) PALAVERSICH, Diana; “Repensando a Frida Kahlo en el centenario de su nacimiento”. Ciberletras: Revista de crítica literaria y de cultura, nº19, 2008.
(16) MINGO RODRÍGUEZ, Alicia; op.cit, p. 84.
VI- BIBLIOGRAFÍA
CHEN, Lucía: “Frida Kahlo: vida y trabajo”. Observatorio Laboral Revista Venezolana, vol. 1, nº1, enero-junio 2008, pp. 65-87
GONZÁLEZ FISAC, J.: «Frida Kahlo: (auto) retrato y devenir-rostro», en Fedro. Revista de Estética y Teoría de las Artes IX, 2010, pp. 43-63.
KETTENMANN, Andrea: Frida Kahlo (1907-1954). Dolor y pasión. Taschen, 2007.
MINGO RODRÍGUEZ, Alicia: “Lienzo y vida. Autorretrato de cuerpo entero”. Fedro. Revista de Estética y Teoría de las Artes XII, 2011, pp. 61-87.
MUJICA J., Arturo S.: “Frente al espejo: Una aproximación a las obras “Autorretrato” (1926), “Las dos Fridas” (1939) y “La Venadita” (1946) de Frida Kahlo”. Revista de Investigación Nº 69. Vol. 34 Enero – Abril 2010, pp. 55-75.
PALAVERSICH, Diana: Repensando a Frida Kahlo en el centenario de su nacimiento. Ciberletras:Revista de crítica literaria y de cultura, nº 19, 2008. Recurso en línea: lehman.edu Consultado el 19/08/2014.
RAMOS DE FRANCISCO, Consuelo; FRANCISCO, José: “Frida Kahlo: Enfermedad, sentimiento y arte en su obra pictórica”. Revista de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina, volumen 58, nº 1-2, 2009, pp. 168-177.
RUIZ ARTOLA, Inés: “Las dos Fridas: lucha de contrarios, ambivalencias y duplicaciones en la obra de Frida Kahlo”.Isla de Arriarán, XXX, diciembre 2007, pp. 175-194.
TIBOL, Raquel: Frida Kahlo, una vida abierta. México. Diversa, 1983.
Luna González Alijarcio
Historiadora y documentalista de AntiguoRincon.com
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