Stalingrado, uno de los asedios más inhumanos de la Historia.
Stalingrado era la ciudad que llevaba el nombre del odiado Stalin para los nazis. La historia del asedio más cruento de la Segunda Guerra Mundial se podría resumir en un Stalin versus Hitler. El pacto de No Agresión firmado hacía poco tiempo por ambos dictadores fue desintegrado por Hitler.
La Segunda Guerra Mundial se había iniciado en septiembre de 1939 con la invasión que ambas potencias realizaron de Polonia. Es un dato que parece olvidarse. El conflicto sufrirá un – ¿inesperado? – giro en su trayectoria, cuando el 21 de junio de 1941 el führer decide invadir la Unión Soviética y abrir el frente oriental. La invasión nazi parecía ser otra guerra relámpago victoriosa de su ejército, pero las tropas alemanas se quedarían a la puertas de Leningrado y de Moscú. No asegurar las grandes extensiones de tierra capturadas y abrir otro frente al sur, fueron las principales razones del fracaso de Hitler en su «Operación Barbaroja», la invasión de la Unión Soviética.
Un planteamiento a simple vista razonable y certero, como era abrir en el sur de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) otro frente bélico para capturar el acceso a las tierras ricas en petróleo, en el Caúcaso, y asegurarse así el suministro de carburantes necesarios para la logística de un ejército que luchaba en toda Europa, quedaría pronto en una obstinación de Hitler, que no deseaba ceder ni una calle de las conquistadas en la ciudad que llevaba el nombre de su enemigo por excelencia, Stalin.
Sin escuchar a ninguno de sus generales, que consideraban otro el principal objetivo, Adolf Hitler trazaba en los mapas de guerra que le ponían sobre su mesa las líneas del frente en la zona de Stalingrado. Su consigna: resistir hasta la muerte. ¡Pobre infeliz el qué osase contravenir sus deseos! El general Zeitzler, Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra alemán, se jugaba su carrera en todos los vanos intentos de convencer al líder nazi que debían romper el cerco por el oeste y abandonar la ciudad para reunir al VI Ejército con el resto de la Wehrmacht, que se replegaba por el centro de la URSS.
Para muchos historiadores el fin del régimen nazi estuvo en el fracaso por tomar Stalingrado. Desde esa derrota, la Wehrmacht no tuvo ninguna victoria en el Este y no pudo frenar ni una semana el imparable avance del Ejército Rojo en dirección a Berlín. Sobre el papel, según los análisis desarrollados por los tácticos militares, se puede decir que fue una engañosa victoria soviética. Pues tener a cinco ejércitos soviéticos ocupados en desalojar a un solo ejército germano, asfixiado en una “bolsa”, no tiene gran mérito estratégico. La clave para considerar la resolución del asedio como victoria soviética, estaría más en la gran fortaleza moral que suministró esta victoria al Ejército Rojo y, sobre todo, al mismo pueblo de la Unión Soviética.
El balance de víctimas humanas, el impacto medioambiental, pues se luchaba por controlar al gran río Volga, y la herida en las conciencias de varias generaciones, es todavía motivo de debate y análisis. Se desconocen cifras exactas, aunque cualquiera es escandalosa cuando se trata de comprender el odio vertido en conquistar una ciudad y la sangría propiciada en resistir contra tanques con las simples manos. Si indicamos que ambos ejércitos tuvieron, cada uno, un millón de bajas y que los muertos civiles en la ciudad fueron también un millón, tendríamos la cifra bochornosa de ¡3 millones de víctimas!
Volgogrado vuelve por unos días a ser Stalingrado. Cada año, el 2 de febrero, Volgogrado, la ciudad del Volga, se llama de manera simbólica otra vez «Stalingrado». A pesar de la gran controversia que en la misma Rusia existe sobre la figura del dictador, para muchos es la mejor forma de conmemorar el aniversario de la madre de todas las batallas; recuperando el nombre del líder soviético. Sin embargo, el protagonista de la conmemoración, que tiene también un fuerte componente festivo, suele ser un desfile en presencia de veteranos de esa batalla. Cada vez quedan menos y se compensa con un “veterano inmortal”, el mítico tanque ruso T-34. Fue el arma acorazada insignia del ejército soviético desde 1940, que ahora encabeza muchos desfiles conmemorativos.
Año tras año, también, en los discursos tras ese patriótico desfile se remarca el gran orgullo que debe ser siempre para el pueblo ruso esa gran hazaña. En el sentir de los rusos se les ha inculcado que fue el pueblo que liberó al mundo del yugo de la Alemania nazi. Y aunque responden a un claro enaltecimiento del patriotismo ruso, a esa retórica no le falta razón. Desde ese febrero gélido de 1943, la debacle nazi era evidente. La rendición total del VI ejército alemán en Stalingrado la firmó su comandante en jefe, Friedrich Paulus, el 2 de febrero de 1943.
Gustavo Adolfo Ordoño. Historiador y periodista.
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